La apiterapia tiene cada vez más peso en nuestro país. Este es un buen ejemplo, en Tenerife
LA OPINION.ES – ANA SANTANA – EFE Ramón Hernández es un apiterapeuta que utiliza el veneno de la abeja autóctona canaria para tratar a domicilio enfermedades de tipo articular, hernias discales, fibromialgia e incluso depresión, pues estos insectos son acupuntores naturales y su toxina potencia el sistema inmunológico.

La apitoxina genera reacciones bioquímicas en el organismo que potencian el sistema inmunológico, actúa sobre las glándulas suprarrenales produciendo cortisol endógeno -un poderoso antiinflamatorio- y también endorfina, un analgésico natural, afirma en una entrevista a Efe Ramón Hernández, uno de los dos únicos apiterapeutas de Canarias.

A pesar de que las personas aún son «reacias» a la picadura de una abeja y acuden al apiterapeuta «cuando están a punto de agarrarse a un clavo ardiendo», Hernández subraya que esta terapia es «noble, muy efectiva y no entraña riesgos ni efectos secundarios si no eres alérgico».

De hecho, la apiterapia es una medicina ancestral y ya Hipócrates y Galeno trataban pacientes con el veneno de la abeja, la apitoxina.
El «padre» de la apiterapia moderna es el checo Philip Ter, que en 1889 presentó en la Universidad Imperial de Viena el primer tratado científico sobre el asunto y sus colegas lo ridiculizaron, aunque él les hizo «callar la boca» al tratar a 660 pacientes que sufrían artritis reumática con resultados extraordinarios.

Posteriormente, en 1920 se empezó a usar en Japón la apipuntura, que es la aplicación de la acupuntura en vez de con agujas con picadura de abejas.

Precisamente Ramón Hernández utiliza una técnica combinada, pues coloca abejas y agujas en diferentes puntos, y usa también parches de sílice sobre los que sitúa diferentes productos de la colmena, como propóleo, jalea real o pomada de veneno de abeja, en diferentes puntos de acupuntura.

Cuando la abeja pica pierde el aguijón junto con la glándula del veneno, que queda bombeando durante veinte segundos.

Como prueba para saber si una persona es alérgica, el apiterapeuta coloca la abeja sobre una rejilla, de tal forma que no deja el aguijón y la cantidad de veneno que inyecta es muy poca, con lo que se puede comprobar cualquier reacción alérgica.

Aunque sólo un 2 por ciento de la población presenta hipersensibilidad al veneno de los himenópteros, avispas y abejas, precisa.
Ramón Hernández ayudó desde niño a su padre, que era apicultor en Icod de los Vinos (Tenerife), y se fijó en que cada vez que tenía una dolencia se ponía la abeja en el lugar donde tenía el dolor, sobre todo los articulares, y se curaba, lo que le hizo comenzar a investigar y aprender el mundo de la apiterapia.

Al respecto, detalla que los apicultores son el gremio que menos padece de enfermedades articulares como reúma, artritis y artrosis, cáncer, sida e inflamación de la glándula tiroidea, y son muy longevos.

La familia de Ramón Hernández emigró al Estado Miranda en Venezuela durante muchos años y regresaron en 1982 a Tenerife, donde su padre fue uno de los pioneros en introducir el sistema moderno de colmenas, con panales móviles que permiten hacer trashumancia.
Hernández realiza la apiterapia con la abeja autóctona canaria, que es más productiva y más oscura respecto a la italiana, aunque esto depende de la transmisión genética que hagan los zánganos en la reina.

«Si la colmena es agresiva, mejor», afirma el apiterapeuta, quien señala que la picadura de la abeja no duele, pues sólo produce un pequeño escozor perfectamente soportable que dura un minuto o minuto y medio y que en la artrosis viene bien porque genera calor en la zona.

También es efectiva la apitoxina para la psoriasis, el lupus y la depresión, en este último caso porque el veneno de la abeja tiene un componente euforizante.

Para la terapia se traslada al domicilio del paciente con una caja con 7 u 8 abejas, coloca una sobre la zona a tratar «y ella sola busca dónde picar, porque las abejas son acupuntoras por naturaleza: pican donde hay un bloqueo energético que ellas asumen como una agresión y, en el cien por cien de los casos, son puntos de acupuntura».

Afirma que el tratamiento no es costoso y si la enfermedad requiere una terapia a medio plazo se pone en contacto al paciente con un apicultor para que le suministre las abejas y se las pueda colocar, tras un entrenamiento por parte del apiterapeuta.

Hernández siempre aconseja además tomar productos de la colmena, como la jalea real, la cera o las larvas de zángano, que son «la viagra natural porque estimulan la espermatogenia y la libido en la mujer, y prolongan la erección».

Pero «la joya de la corona» es el propóleo, un polímero resinoso que extraen las abejas de los brotes de resina de algunos árboles y transportan a la colmena para crear un ambiente completamente estéril, como si fuera un quirófano, pues esta sustancia es antibacteriana, antifúngica, antimicótica y tiene propiedades analgésicas.

Esto lo observaron los antiguos egipcios y lo aplicaron en el embalsamamiento de las momias, y también se dice que la acupuntura comenzó hace 5.000 años al observar los efectos beneficiosos de la picadura de abejas, aunque se sustituyó el aguijón por agujas de bambú, ahora metálicas.

Ramón Hernández detalla que «hay que mimar mucho» a las abejas para ver sus necesidades y hay que cambiar la reina cada tres años para tener una buena producción, además de procurar que sea laboriosa y se dedique a tiempo completo a su colmena.

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